Silvia
Fernández Serrano, @silvia.cercs
en Instagram y @silvia_cercs en Twitter, la autora, nos traslada a un campo de refugiados en Irak,
concretamente al de Duhok, donde millares de yazidíes, una congregación
religiosa contra la que los exaltados del ISIS-DAESH iniciaron una ofensiva
para eliminar esa religión diferente al Islam.
En
este campo de refugiados tendremos como guía a Runak, una adolescente de 14
años que por la fuerza de los sucesos que le han tocado vivir presenta la
mentalidad de una persona adulta, la cual no le debería corresponder.
A
través de ella, la autora nos trata de concienciar sobre la dificultad de la
vida tanto en los campos de refugiados como entre personas que no tienen hogar,
aunque este segundo caso es una extrapolación que sale por asimilación de la lectura
de este relato. De esta manera, nos damos cuenta de lo innecesarios que son
ciertos objetos, los cuales creemos que son la base de nuestra felicidad,
verbigracia dispositivos electrónicos y suscripciones a plataformas de
streaming. Y sin embargo, en estos lugares, o en personas con pocos recursos,
cualquier acontecimiento u objeto extraordinario supone tanto una alegría como
una tristeza enorme. En este caso concreto que se relata en la novela, viene
ayudada esta afirmación por la acción de una psicopedagoga de una ONG, la cual
utilizando las artes plásticas consigue que los jóvenes expresen sus traumas y
sus anhelos, a la vez que huyen mentalmente de las penurias que sufren y
olvidan el trauma de la guerra que han tenido que vivir.
En
el caso de la protagonista, y como metáfora o ejemplo de la transformación que
sufren los jóvenes en estos campos, pasa de dibujar y colorear en blanco y
negro a utilizar abundancia de colores sin que tenga relación con los reales
porque representa al mundo que a ella le gustaría vivir. Además de la apertura
que se va produciendo en su espíritu conforme van pasando las sesiones o clases
con la ayuda de la psicopedagoga.
Con
todo ello, tanto con los trabajos de la ONG como de las personas que trabajan
para ella, vemos lo importante que es la ayuda internacional en los conflictos
bélicos, por muy olvidados o poco interesantes que sean para la comunidad
internacional, pues con ello se consigue que millones de personas puedan tener
una vida más digna aunque estén viviendo en condiciones poco normales. Es
decir, se sienten personas y no desechos olvidados por el resto de la
humanidad.
Además,
Runak también nos acerca al drama de la transformación y mutilación mental que
los terroristas islámicos producen en los niños y niñas que secuestran. A
ellos, los condicionan y transforman en máquinas de matar, cual “Naranja
mecánica” de Anthony Burgess, la novela, y Stanley Kubrick en su versión
cinematográfica, usando imágenes violentas para deshumanizarlos y palizas para
someter su voluntad. Mientras que a las jóvenes las usan como meros objetos
sexuales violándolas cada vez que quieren, aniquilando su autoestima.
En
resumen, la obra trata brillantemente los problemas que se viven y sufren en
los campos de refugiados poniendo de relieve que incluso en situaciones tan
horribles la vida y el color terminan saliendo a la luz de manos de los jóvenes,
los cuales asimilan más fácilmente cualquier situación que sus progenitores.
Personalmente
ha sido todo un descubrimiento y me ha enseñado el valor que tiene la
cooperación internacional para ayudar a los refugiados, y el papel tan mediocre
que realizan los gobiernos e instituciones internacionales del llamado primer
mundo para solucionar ciertos conflictos donde no pueden sacar rendimiento
económico.
Recomendable
para su lectura tanto para jóvenes como para adultos.
Si
quieren conseguir un ejemplar, pueden hacerlo en:
DATOS BIBLIOGRÁFICOS
·
Título: Lápices
de colores en la ciudad de plástico
·
Nº de páginas: 81
páginas
·
Editorial: Círculo
rojo
·
Idioma: Castellano
·
ISBN: 9788413503875
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